¡Cómo se pasa la vida y cómo se viene la muerte tan callando! Versos viejos que nos recuerdan la brevedad del ser. Para qué otros si los que están bien dichos valen siempre. ¿Tanto tiempo hace que se jubiló Indalecio? ¿Tanto desde que lo vimos por última vez con su mujer, cogidos de la mano, con aquel caminar lento para sentir densamente la calle? ¿Cuánto tiempo hace desde que nos preguntó por la salud, por cada uno de los compañeros, por la radio, por la tele, por el periódico…? 

Nunca salía de ese mundo. Era el suyo. Por eso pidió perdón a la familia cuando juntó lo vivido y lo aprendido en las páginas de un libro. Por eso juntó las páginas de un libro para contar lo vivido y lo explorado. ¡Conoció tanto y a tantos durante más de cuarenta años de profesión que todo se le escapaba por las yemas de los dedos...! ¿Qué se hace con el miedo a que se pierda para siempre una historia relevante? ¿Qué hace alguien con los recuerdos, con las conversaciones, con el mundo que le precedió y conoció y con ese otro mundo que vivió y le sucedió? Pues se hace lo que él hizo: buscarlo, encontrarlo y dejarlo escapar por esos dedos para quienes quieran seguir ese rastro y conocer otro tiempo.

Indalecio era una voz. Y, detrás, bonhomía. Por ahí van los mensajes. Cuando nos han dicho que se ha ido, se ha abierto un abanico de pesares, una sucesión de palabras sentidas. Quienes lo hemos escuchado, conocido, compartido, lamentamos su muerte. Y, claro, también sonreímos al recordar algo de él. La última pregunta era la suya. O, más que una pregunta, un ruego. Era la manera más sencilla de ir sumando tareas. Era grande, como esa mano con la que te agarraba la mano para transmitir su saludo; grande como su corazón que latía con poco ruido para no molestar; grande, como esa voz firme, rígida, altiva, grave y precisa para vencer al ruido de las ondas medias y largas. Cuando hablaba se le reconocía. Si era por la radio, era él. Si era fuera de la radio… ¡Anda, es él! Porque era su voz. Era Indalecio Morales Pérez, aquel hombre que nació en Santa Elena en 1937, que ya no está, pero que ha dejado un rastro claro por Madrid, Cádiz, Linares, Úbeda y Jaén, su última parada y su lugar de descanso. ¡Y que sea en paz, Indalecio, la misma paz que transmitías!

T.J.M

Colegio Profesional de Periodistas de Andalucía/Asociación de la Prensa de Jaén

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